Si algo nos acompaña, desgasta y forma parte del día a día de las mujeres es la carga y el ruido mental. Esa charla interna, automática, compulsiva e inconsciente que nos incita a tener que llegar a todo, estar en todo y mantenerlo todo. Nos lleva a estar inmersas en una carrera de fondo que nunca tiene fin, nunca termina. Esa carrera está alimentada y sostenida por esas presiones y exigencias que recaen sobre nosotras en diversos ámbitos, convirtiéndonos en mujeres estresadas y agotadas. Da igual lo que hagas, cómo lo hagas y cuándo lo hagas…nunca es suficiente. Donde resulta muy complicado, por no decir imposible, poder atendernos y dedicarnos tiempo para poder llevar un día a día más sano, justo y placentero, e ir disfrutando de ese estado de atención plena tan necesario y vital.
¿Cómo bajo ese ruido mental?
Lo primero que necesito es identificarlo, ya que para transformar, necesito identificar. Saber e identificar dónde suele estar mi mente, frustada y en la queja por el pasado o ansiosa y preocupada por el futuro. ¿ Y cómo está mi cuerpo, quizás tensionado, rígido, contraido? De ello depende mi relación con la realidad. Necesito educar y entrenar mi mente y mi cuerpo, que son uno. Como esté el uno le afecta al otro y viceversa, para poder estar en el presente y desde ahí decidir, actuar y responder a la vida, en vez de ir en piloto automático, reaccionando y sobreviviendo a ella.
Esto me invita a cuestionarme y descubrir qué necesito soltar, qué me vendría bien dejar de hacer. La mayoría de las veces se trata de hacer menos, aunque esta sociedad nos arrastre hacia lo contrario. La multitarea está sobrevalorada, es tremendamente perjudicial y no estamos hechas para ello, a pesar de vendernos la moto que las mujeres podemos con todo ( trabajo, casa, maternidad, relaciones…). Al final, pasa factura, ¡desmontemos el mito!
Necesitamos permitirnos momentos de no hacer nada, de realizar actividades y acciones que realmente nos nutran y nos gusten. Saltando por encima de la culpa, de la falta de costumbre y la falta de merecimiento, saltando por encima del no tengo tiempo, si no tengo tiempo , no tengo vida. Sacar y reservar ese tiempo debe ser innegociable, recuerda, es tu momento. Podemos salir a caminar, escuchar ese podcast que tanto nos gusta, leer ese libro que lleva meses esperándonos en la mesita, quedar con esa amiga que nos da la vida, ese momento de jardineria donde el olor a tierra mojada nos envuelve y nos recuerda de donde venimos o simplemente tenderte sin hacer NADA a observar el cielo, los pájaros o lo que te de la gana. Pero sobre todo, hagamos lo que hagamos, no olvidarnos de hacerlo depositando toda nuestra atención en ese momento. Si nuestra mente comienza a irse, que se irá no lo dudes, sobre todo al principio por la falta de costumbre, y comienza esa charla interna que nos dice, con la de «cosas» que tengo que hacer, cómo se te ocurre, ya verás cuando llegues….y bla bla bla. Respiramos profundamente volviendo nuestra atención y foco en lo que hemos elegido hacer, tantas veces nos vamos, tantas veces volvemos a depositar nuestra atención en lo que estamos haciendo. Sin juzgarnos, siendo amables, con paciencia, con ojos de principiante, soltando los viejos paradigamas, permitiéndonos el disfrute y sintiéndonos merecedoras.
Esto también se puede incorporar a las tareas del día a día, como conducir, comer, ducharse… hacerlo con atención plena nos saca de esa inercia autómata que tienen las rutinas y que hace que nos perdamos la mágia y la exclusividad del momento presente. Haciéndonos conscientes de la capacidad de decidir, sintiéndonos dueñas de nuestro día a día y comenzando el entrenamiento que permite que el foco apunte hacia una misma.
Aquí y ahora es tu momento…
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